mochileando

No sabía exactamente qué esperar cuando tomamos la carretera rumbo a Miramar de Puntarenas, pero bastaron unos cuantos minutos en Domos Finca El Mirador para entender que había llegado a un rincón muy especial de Costa Rica. El camino, entre montañas y naturaleza viva, ya anticipaba la calma que me esperaba. Apenas puse un pie en el lugar, lo primero que me robó el aliento fue la vista panorámica hacia el Golfo de Nicoya. Es de esas postales que se quedan grabadas en la memoria, especialmente al atardecer, cuando el cielo se pinta de tonos dorados, rosados y naranjas mientras las aves cruzan en silencio.

Los domos geodésicos son una experiencia en sí misma. No es el típico alojamiento turístico; aquí hay una intención clara de crear conexión con el entorno. Me quedé en uno de los tres domos que tienen, todos construidos con mucho detalle, sencillos pero acogedores, cada uno con su propio encanto. El mío tenía una terraza con hamaca, perfecta para leer o simplemente contemplar. Lo básico está cubierto: buena cama, baño privado, electricidad, agua caliente, y sobre todo, tranquilidad. Pero lo que realmente me enamoró fue la sensación de estar inmerso en la naturaleza, sin sacrificar comodidad.

Una sorpresa muy grata fue descubrir que, además de los domos, el lugar cuenta con dos cabinas familiares completamente equipadas, ideales para quienes viajan con niños o grupos más grandes. Estas cabinas ofrecen cocina, refrigeradora, utensilios, áreas comunes más amplias, y por supuesto, las mismas vistas impresionantes. Son perfectas para disfrutar en familia sin perder esa esencia natural que caracteriza a la finca. Me pareció un detalle importante que amplía las opciones de hospedaje para todo tipo de visitante, desde parejas que buscan una escapada romántica, hasta familias que desean reconectar en un entorno seguro y sereno.